Por Claudia Salas y Maria Belén Vertiz. Estudiantes de antropología de la UNMSM. Tomado de Noticias.Ser
“Cualquier dispositivo móvil nos permite hacer fotos, grabar vídeos y difundirlos en los múltiples portales existentes con un mero click. Vivimos en el imperio de los sentidos. Y los recursos educativos no pueden quedarse anclados en el pasado. Debemos utilizar materiales multimedia en nuestras clases, y dejarlos a disposición de nuestros estudiantes para que los puedan consultar más allá de nuestras clases. Y compartir en el mundo digital es muy fácil.” (Llorens, 2014, p.4).
Durante las últimas décadas la vida social y laboral ha atravesado cambios enormes debido a las innovaciones tecnológicas que venían integrándose en la educación.
En un contexto neutral, limitándonos únicamente al planteamiento de sus características y objetivos, la educación a distancia – como el bastión de la enseñanza moderna, flexible y democrática, que no pone en riesgo su cualidad interactiva – ciertamente suena como la metodología de aprendizaje idónea.
Si bien ya viene siendo empleada en nuestro país hace varios años, suficientes para que el brillo de la novedad se haya desgastado, su introducción como metodología de enseñanza se dio de la mano de cursos online, usualmente orientados a personas que trabajaban en horarios completos o que no podían amoldarse a itinerarios planificados.
Aquellos que empleaban la educación a distancia en nuestro país lo hacían a través de plataformas específicamente diseñadas a la medida de las necesidades de su oferta educativa particular. Sin embargo, todos los cursos tenían algo en común: Ninguno intentaba ofrecer una versión de enseñanza “gemela” a la que proporcionaban los centros educativos que correspondían a la escolaridad obligatoria o a la educación superior.
En otras palabras: Nunca se había intentado que las clases dictadas en las aulas universitarias, o en las escuelas primarias y secundarias fuesen en su totalidad virtualizadas y redistribuidas a su público objetivo a través de medios de comunicación masiva.
En el Perú, este método de aprendizaje no fue, bajo ninguna circunstancia, concebido como la nueva espina dorsal del sistema educativo nacional; mucho menos, en un contexto de crisis en que las únicas opciones fuesen adaptarse a tan colosal giro en la forma de asimilar información o resignarse a posponer la escolaridad de miles de niños y adolescentes.
Es verdad que no fue durante esta crisis del Covid-19 que el Estado comenzó a crear y proporcionar material educativo a través de sitios web oficiales, o que los canales de televisión y emisoras de radio estatales comenzaron a transmitir contenidos de naturaleza cultural, pero lo que sí cabe resaltar es que está limitada oferta no generaba ni por asomo una fracción de la desesperada demanda que ahora impera en nuestra sociedad.
Esta clase de revolución educativa no puede implementarse de manera atropellada. Si verdaderamente se apunta a ofrecer a los estudiantes peruanos de cualquier nivel una experiencia de aprendizaje óptima, intentar aplicar un placebo como lo es el imponerles una educación improvisada no es sólo ineficaz, sino inadmisible.
No hay manera de negar que las condiciones socioeconómicas imperantes en Latinoamérica, así como el desarrollo tecnológico del país nos ubican en una franca desventaja con relación a los países del “primer mundo”, asimetría que se ve aún más arraigada cuando se examina la situación de los países que conforman la región.
En este contexto, es crucial asegurar un aprendizaje estratégico que promueva eficientemente los procesos tanto cognitivos como motivacionales y emocionales de los estudiantes, permitiéndoles alcanzar los objetivos de su aprendizaje.
La educación a distancia, precisamente debido a sus canales de distribución, se ve en la difícil posición de intentar ofrecer a lo que Valenzuela (2000) se refiere como “los tres ‘autos’ del aprendizaje”: Un aprendizaje más autodirigido, autónomo y autorregulado.
Tarea especialmente complicada al tomarse en cuenta las especificidades de cada contexto particular dentro de un país como el Perú, donde no se puede ni soñar en realizar ningún avance en las medidas para prevenir un colapso del sistema educativo sin antes detenerse a analizar exactamente qué estrategias educativas son plausibles de aplicar en cada lugar, el modo y/o manera en que estas van a ser introducidas y lo pertinente de sus condiciones – en materia de espacio geográfico y tiempo –.
Poniéndolo en términos simples: el Perú no es un país en el que la implementación de un sistema único de educación a distancia de manera tan abrupta vaya a calar realmente en la estima de la gente. Si bien un porcentaje significativo del territorio nacional cuenta con acceso al servicio de internet, y no es necesario contar con el servicio de cable pagado para poder optar por la opción de ver las horas destinadas a subsanar – dentro de lo posible – la escolaridad obligatoria en TV, es imposible negar que hay muchas localidades en las que incluso conseguir sintonizar las narraciones educativas en las emisoras radiales es sumamente desafiante.
Finalmente, cabe a su vez destacar que mientras las instituciones ofíciales – encabezadas por el MINEDU – vienen redoblando esfuerzos a contrarreloj por lograr la consolidación de una educación a distancia lo más sólida posible, los frutos de su labor – predeciblemente – no han sido los más satisfactorios, como lo dejan sentir el malestar e inconformidad de las poblaciones en situaciones precarias y/o vulnerables, que en esta crisis no pueden permitirse gastos extra, como vendría a ser el servicio de conexión a internet o incluso la adquisición de datos móviles a través de planes de telefonía celular o las constantes recargas de saldo para obtener los susodichos datos. Pero no son solo los sectores que dependen en su totalidad del “menudeo” para sobrevivir las que hayan el panorama educativo insostenible: A la fecha, son incontables los padres de familia cuyas finanzas les permitían ubicar a sus hijos en escuelas particulares los que ahora claman su desesperación por trasferir a sus hijos al sistema educativo público, tras haber intentado utilizar las “plataformas” que ofrecían ciertos centros educativos privados y haberse topado con la amarga sorpresa de que incluso en estos, en su gran mayoría, ni siquiera contaban con una, llegándose incluso a los extremos de transferir las clases y tareas a través de la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp.
Acabamos esta reflexión con dos preguntas y sus respectivas respuestas
¿Rápido y accesible?
Sí
¿Adecuado para realizar clases?
Definitivamente no
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Bibliografía:
Llorens Largo, F. (2014): Campus virtuales: De gestores de contenidos a gestores de metodologías – RED, Revista de Educación a Distancia. N°42
Valenzuela. (2000): Los Tres Autos del Aprendizaje: Aprendizaje Estratégico en Educación a Distancia
Texto original en Noticias.SER