El educador y político Michel Azcueta, la poeta y educadora Violeta Ardiles y la bailarina y promotora cultural Vania Masías son las figuras que recibirán las Palmas Magisteriales 2019 en la categoría Amauta.
1. Una semana después de que Neil Armstrong alunizara, Michel Azcueta puso sus pies por primera vez en el Perú. Llegó dispuesto a trabajar como voluntario en el colegio Jaén de Bracamoros (Jaén, Cajamarca). Tenía previsto quedarse dos años, pero ya lleva 50.
Azcueta –nacido en Madrid hace 72 años– recibirá las Palmas Magisteriales, en su categoría más alta, la de Amauta, este 2019, cuando cumple medio siglo de contribución a la educación peruana.
“Las Palmas Magisteriales son algo demasiado grande. Me emocioné mucho cuando me llamaron del Ministerio de Educación, e inclusive me dieron las gracias. Pero soy yo el que debe dar las gracias al Perú, a Villa El Salvador, a mis colegas profesores. Este galardón me compromete mucho más”, dice el educador.
El terremoto de 1970 lo sorprendió cuando estaba en Jaén. Se trasladó a Huaraz para atender a los niños de Yungay (Áncash), sobre todo a los que habían quedado huérfanos. Azcueta recuerda que ese desastre dio origen a Villa El Salvador (VES): los primeros migrantes llegaron a poblar el arenal al sur de Lima.
En mayo de 1971, mientras combinaba su labor docente en Huaraz con sus estudios en la Pontificia Universidad Católica del Perú, el profesor de origen vasco decidió juntarse con una veintena de colegas para ver cómo podían ayudar a la naciente comunidad de VES. “No había nada, pero nos vinimos al arenal”, recuerda.
El liderazgo visible de Azcueta, sumado al carácter pujante de los pobladores de la comunidad, provocó la creación del distrito. “Villa El Salvador es una obra colectiva porque hubo planificación, participación y movilización. Yo lo relaciono con lo que entiendo de la Educación. Algunos piensan que la Educación es un aula o un colegio, pero es una creación colectiva”.
Formador en esencia, Azcueta no dejó de enseñar ni siquiera cuando fue alcalde de VES. Todos los viernes hacía una pausa en sus labores municipales y se dedicaba exclusivamente a la docencia. En ese espacio enriquecedor con alumnos, padres de familia y colegas, el maestro era absolutamente feliz.
Ganador del Premio Príncipe de Asturias 1987, Azcueta sigue viendo en la enseñanza una clave para resolver los problemas del país. Está convencido de que el maestro debe tener una visión integral de las cosas que pasan en su comunidad, en el país y en el mundo. Siente que en estos tiempos vertiginosos marcados por el internet, las redes sociales y los medios de comunicación, los educadores corren el riesgo de influir cada vez menos en sus alumnos.
“A veces educamos para el pasado, con contenidos y modelos que no les dicen nada a los jóvenes, que hoy están en otra onda en su cabeza, en sus relaciones y en los modelos que tienen para su vida. Por eso, es necesario un cambio de chip para enseñar de otra manera. Estamos en el siglo XXI y tenemos que educar para el futuro, participando junto con los estudiantes de lo que ocurre en el proceso social”.
2. Nunca olvide este nombre, Violeta Ardiles Poma. En 1969 llegó a la escuela primaria mixta Nro. 13032 Rampac Grande, en una comunidad campesina de Carhuaz, región Áncash.
Fue su único lugar de trabajo durante casi 20 años, hasta 1988. Allí se desempeñó como directora y profesora; transformó la humilde escuelita de primero a tercer grado de primaria en un modelo para los pobladores de la zona.
“Cuando estudiaba Educación en Huaraz, mis profesores nos decían ‘ustedes tienen que ir donde los manden: al arenal, a la selva, a la punta del cerro’. Me nombraron para Rampac Grande y yo no tenía idea de lo que iba a encontrar. Al comienzo fue duro: el 90 por ciento de mis alumnos eran quechuahablantes, los primeros tres meses no los entendía, ni ellos a mí. Poco a poco, todo fue cambiando”.
Con entusiasmo y creatividad, Violeta fue resolviendo todas las dificultades. Al año ya dictaba clases combinando el quechua y el castellano. Organizaba lecturas de cuentos y poemas que ella misma escribía, y producía piezas de teatro.
Como directora muchas veces debió de gestionar reemplazos para los profesores que se iban de la escuela porque no querían trabajar en una zona rural.
Sin embargo, su vocación de servicio, el buen método de enseñanza y la pasión ejercida por Violeta cada vez que entraba en contacto con los niños, le dieron fama al Rampac Grande, que tras el terremoto de 1970, ya contaba con un nuevo pabellón.
La educadora de 73 años de edad cuenta que en su gestión se lograron cosas muy importantes para la institución educativa Rampac Grande, hoy convertida en una i.e. de nivel primaria.
Cuando terminó su etapa en esta i.e., Violeta se dedicó a escribir y a publicar libros de poesía infantil con el fin de compartirlos en las aulas de diversos colegios de Carhuaz.
“El tema de la lectura me tiene comprometida. ‘Llámenme, que yo los voy a ayudar’, les digo siempre a los profesores y directores de las escuelas. Me retiré hace 30 años, pero la educación me preocupa igual que el primer día. Todo lo que podamos hacer por los niños de inicial y primaria resulta fundamental”.
La emoción de Violeta se redobla a la hora de hablar de las Palmas Magisteriales. “Soy cesante, así que no esperaba las Palmas Magisteriales. Aunque estoy continuamente en los salones leyendo y contando historias a los estudiantes, jamás pensé que recibiría este galardón. Es un orgullo muy grande que me alienta a continuar. Más allá del reconocimiento, nadie me podrá quitar la sonrisa y el cariño de los niños”.
3. La intensidad que Vania Masías le pone a cada una de sus frases está marcada con fuego. La directora de la asociación cultural D1, en Chorrillos, ya era extraordinaria bailarina de ballet, pero se volvió vital cuando decidió iniciar un proyecto artístico y social en nuestro país.
Solo con el arte como instrumento, rompió barreras, enseñó a los jóvenes a creer. Sin ser educadora de formación, la influencia y ejemplo de Vania son enormes y, por eso, recibirá las Palmas Magisteriales 2019.
Muchos de los chicos de D1 le dicen “mamá”. Vania ha construido más que una academia, un proyecto social en el que la compañía de baile y la escuela de arte, que lógicamente generan ingresos, subvencionan totalmente a unos 70 adolescentes y jóvenes de bajos recursos económicos, quienes se benefician del Programa de Formación Integral. Al cabo de tres años saldrán transformados para conquistar la ciudad y el mundo.
“Les he enseñado a estos chicos que la fortaleza la tienen adentro. Eres capo si la haces acá y si identificas tu fortaleza y de dónde vienes”, dice Vania sobre su incansable apuesta de llevar arte a las zonas más vulnerables de Lima.
En los últimos meses esta labor se ha amplificado gracias a un programa piloto que su asociación cultural lleva adelante en alianza con el Minedu y la firma Alicorp. Se llama “Revelarte” y, como su nombre sugiere, está cambiando el chip de miles de alumnos de entre 12 y 15 años.
Revelarte promueve la formación socioemocional de los jóvenes con el objetivo de prevenir situaciones de riesgo y alejarlos de problemas como la drogadicción, el pandillaje y la delincuencia. Se desarrolla durante las clases de arte en 30 colegios de 17 distritos de Lima Metropolitana.
“En 15 años, D1 ha tenido un impacto en 8,000 adolescentes. Con Revelarte hemos llegado a 4,000 en apenas un año. El programa lo hemos adaptado al currículo nacional. Es increíble cómo a través del arte, y con el apoyo de nuestros líderes (‘facilitador D1’), los mismos profesores se acercan a sus alumnos”.
Para Vania, la clave de todo es “construir confianza”. Es lo que ha hecho durante estos años con genuina vocación de servicio.
“Cuando decidí dejar algo muy grande afuera para quedarme acá, se rompió el paradigma de la clase social y se generó confianza en un ambiente donde siempre hubo desconfianza. Los chicos vieron que no pedía nada a cambio, que lo único que yo quería es que estuvieran bien”.
Su meta nunca ha sido formar bailarines u otro tipo de artistas, sino lograr que los jóvenes se conviertan en líderes, emprendedores y agentes de cambio en sus comunidades.
Tomado de El Peruano