El sistema educativo peruano sigue siendo en muchos sentidos inaccesible para comunidades nativas de la selva amazónica, como la Santa Clara de Uchunya, en la region amazónica de Ucayali, Perú. De las setenta familias que habitan la comunidad indígena de Santa Clara de Uchunya, solo siete personas son “profesionales”. En otras palabras: solo siete individuos han podido formarse para ser otra cosa que cazadores, pescadores o agricultores, según las bondades o penurias del momento lo requieran.
Las coordenadas: distrito de Nueva Requena, departamento de Ucayali, Amazonía peruana. Sin embargo, la geografía -en este caso, el carácter recóndito de la población en medio de la selva- es incapaz de explicar por sí misma por qué aquí llegan los dibujos animados de Peppa Pig, pero los niños y niñas uchunya no llegan a las universidades.
Allí estudian alumnos de la escuela inicial (un nivel después del jardín de infantes) y la escuela primaria. Los alumnos uchunya de secundaria deben asistir a escuelas que están fuera de la comunidad, pero vienen de visita. Según dijeron los docentes a DW, aunque hay 36 alumnos inscritos en total en la escuela inicial y primaria, diariamente asisten a clase solo alrededor de 15.
“Un indígena que se va a estudiar su carrera respalda a su comunidad”, dice a DW Hernán Sanancino, un profesor shipibo de 48 años que vive con los uchunya ya hace algún tiempo. En localidades tan remotas como esta, los profesores no suelen ser miembros de la propia comunidad, sino que son destinados por las autoridades educativas durante un cierto número de años, por medio de un concurso público y de acuerdo a su currículum.
En efecto, todos los sectores de la comunidad insisten en la importancia de que las nuevas generaciones puedan continuar sus estudios más allá de los muros que a menudo impone la selva que les rodea. Con este objetivo se introdujo hace unos años la educación intercultural bilingüe, que aspira a conjugar aspectos de la tradición shipibo -principalmente el idioma- con los conocimientos necesarios para progresar en la estructura educativa peruana, teniendo en cuenta las peculiaridades de los habitantes de la selva amazónica.
Faltan reformas que favorezcan la educación. Una ronda de preguntas entre los menores de la comunidad basta para comprobar que sus expectativas, al menos en el medio plazo, van más allá de las “chacras”, término local para las parcelas de cultivo. Varios quieren emular a estrellas del fútbol, como Messi; otros se inclinan por vocaciones que les llevarían lejos de este rincón selvático. Muchos quieren ser abogados. La lucha de sus mayores por la tierra y el medio ambiente ha calado en sus corazones.
Efer Silvano, jefe de la comunidad de Santa Clara de Uchunya, lamenta que todavía sea difícil para los jóvenes de aquí llegar a la universidad. “Hay discriminación contra los indígenas, pero también es el propio sistema”, dice a DW.
La geografía tampoco ayuda, según esta experta de Lima que trabaja con pueblos de todo el país: “Existe una gran distancia que deben recorrer los estudiantes de comunidades nativas hasta el lugar donde se encuentra la institución superior”. Los kilómetros se convierten en montos de soles a los que los presupuestos familiares indígenas difícilmente pueden aspirar.
Frecuente absentismo de profesores. El absentismo de los profesores también es un problema que denuncian los comuneros. Es frecuente ver a los niños dar vueltas por el recinto escolar, sin nada que hacer, en horas que deberían ser lectivas. Judit Zangano, vecina de la comunidad, critica la situación mientras su hijo, sentado a su lado, escribe en un cuaderno. “Los profesores son muy faltones, a veces no vienen, así que yo les pongo tareas a los niños”, explica.
En una de esas horas de desocupación, Jepsi Naomi Lozano se acerca a hablar con los periodistas de DW. Tiene solo ocho años, pero le han bastado para perder la vergüenza al hablar con extraños. Ella también quiere hablar de su vocación ante el micrófono: “Quiero ser policía”, dice sonriente la niña.
En Santa Clara de Uchunya no hay mujeres policía, pero ella ha conocido a algunas en Nueva Requena, una población más grande, a unos kilómetros de distancia. Preguntada por qué, responde sin perder la sonrisa: “Porque es lindo”. ¿Para defender a los buenos o para arrestar a los malos? Jepsi Naomi ríe. Para ella, eso no es por ahora más que una broma, y contesta: “Para arrestar a los malos”.
Luis García Casas participó en la elaboración de este reportajE.
Tomado de la página de Deutsche Welle.