Por José Vadillo Vila
El niño subía a los ómnibus con su mamá vendiendo caramelos. Era julio, tiempo de escuela, y aún no estaba matriculado. Ella se había gastado los nudillos tocando sin suerte las puertas de todos los colegios de Villa El Salvador. “No hay vacantes”, respondían. La institución educativa de la Av. Revolución Sector 3 era su última opción.
Y Fe y Alegría 17 acogió a su hijo. Ahora Mauricio cursa el segundo grado de primaria. Avanza mientras la madre regulariza la documentación en el Ministerio de Educación, un trámite que puede demorar dos o tres meses, calcula la hermana Matilde Rituay.
VES es una de las zonas de Lima con mayor número de familias venezolanas. “A mí me interesa acoger a los que nos necesitan”, explica la religiosa, una de las coordinadoras de este colegio. Estudian aquí 25 niños de nacionalidad venezolana, dos de ellos con habilidades diferentes. Se ha priorizado a los de primer y segundo grado. Pero no son los únicos.
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Pierangela no olvidará el viaje de seis días, junto con sus padres y sus dos hermanos, entre Caracas y Lima.
A sus 16 años, cursa el cuarto de secundaria y está “reestructurando” su futuro, a qué universidad peruana postulará y a qué carrera. Si antes anhelaba regresar en un par de años a Venezuela, sabe que la situación de su país “es cada vez más difícil”, y que la estadía en el Perú será muy larga.
La profesora Judith Peña dice que es de las buenas alumnas del aula. Aprovecha su presencia para hablar y comparar, por ejemplo, la democracia, los tipos de gobierno y los derechos humanos en ambos países.
Pierangela se sabe privilegiada. La mayoría de los chicos venezolanos de su edad está en las calles de Lima, vendiendo. Sus padres trabajan los siete días de la semana y le han dicho que se dedique a estudiar. Ayuda en los deberes escolares a sus hermanos menores y cocina los fines de semana. En las vacaciones, vende marcianos, anima fiestas infantiles, cuida niños.
Pierangela participó en el video ‘Los derechos de la niñez no tienen fronteras’, de Save The Children, con testimonios de tres niños venezolanos que viven en el Perú y tres peruanos que crecieron en Venezuela. La migración no es unidireccional.
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“La mayoría de los niños venezolanos, en la actualidad, estudia. El que no lo hace es porque llegó en una fecha bastante complicada o recién ha llegado”, dice Morelis Medina. Llegó hace dos años de Venezuela, junto con su esposo y sus dos hijos. El mayor, Gabriel, de 7 años, cursa el primer grado.
El niño estudia por las tardes, pero viene al colegio algunas mañanas, al taller de nivelación ‘Aprendamos juntos’. Le permite abordar mejor las clases.
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La hermana María Luz Mantilla tiene 48 años en el Fe y Alegría de VES y sabe que la solidaridad existe. Está a cargo del comedor del colegio, que brinda cada día 500 raciones. Se benefician tanto los alumnos de pocos recursos como muchas familias venezolanas. “Se mantiene de la caridad de las personas”, explica. Aportan empresas como Luz del Sur, Plaza Vea, el Mercado Mayorista de Santa Anita, Hiraoka y mucha gente anónima que deja sacos de comida.
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Fe y Alegría Perú cumple 53 años y acoge a 169 alumnos venezolanos; de ellos, 159 estudian en colegios de la red en Lima y el Callao. La directora general de la institución, María Leonor Romero, explica que trabajan cuatro estrategias de intervención.
Una, de sensibilización a maestros y estudiantes sobre la importancia de acoger y brindar atención y cariño al migrante, a fin de integrarlo al aula y a la escuela. Una segunda herramienta es la inserción educativa, para la nivelación escolar a los chicos.
Hay una asesoría psicológica cuyo propósito es garantizar la inserción social de los menores de edad. Además, se les ha brindado mochilas con útiles, buzos y apoyo alimentario. Otro punto de ayuda es la asesoría a los padres de familia sobre su estatus legal para que regularicen su situación migratoria.
“Queremos lograr un buen proceso de aprendizaje y socialización. Que el niño se integre al aula y al colegio. Y que los alumnos tengan la capacidad de ser solidarios con los que llegan”, explica la directora. Resalta que esta labor es posible gracias a la solidaridad de empresas y personas.
Cifra
85,000 niños, niñas y jóvenes estudian en las aulas de Fe y Alegría.