Por Hugo Diaz
Cada año, al iniciar el año escolar, los profesores deben establecer las bases sobre las cuales se va a desarrollar un nuevo año escolar. Puede decirse que con excepción de reformas profundas que se puedan hacer cada cierto tiempo, en general la organización de dicho año se convierte en una rutina, en donde se repiten las cosas positivas, pero también las deficiencias que cada año se cometen.
En el libro que recientemente ha publicado la Derrama Magisterial, sobre “50 años de docencia en el Perú”, quién escribe y César Picón hacemos referencia a ciertas reformas que alteraron la realización del año escolar. Una de ellas fue, en la década de los setenta, el recorte de la jornada escolar semanal. Antes los estudiantes asistían a la escuela mañana y tarde de lunes a viernes y el sábado medio día. En total eran 44 horas semanales de estudio. La decisión fue recortar esas horas a casi la mitad: a 25 horas.
Fue una decisión que en la práctica llevó a cambiar sustancialmente los objetivos y metas de la formación. Frente a las limitaciones de tiempo había que sacrificar mucho de lo que antes se enseñaba. Es así como los programas de estudio que se desarrollaban en las escuela se centraron principalmente en las asignaturas instrumentales. Lo sacrificado fueron los contenidos que tenían que ver con la formación integral: actitudes, valores, arte, formación de actitudes para el trabajo, entre otras.
Lo más grave fue que la decisión del recorte del año escolar estuvo acompañada de dos situaciones que no pudieron corregirse hasta el presente. La primera fue que teniendo casi la mitad de horas de clase a impartir, no se preparó al docente para trabajar con tiempos escasos; es decir, para aprovechar al máximo el tiempo de clases y lograr una alianza con los padres de familia que permita que entre la escuela y el hogar haya una estrategia de continuidad del proceso de aprendizaje. Simplemente se le dijo al docente cumple con tus funciones en menor tiempo … ya verás cómo lo haces.
La segunda situación poco explicable fue la de sucesivas gestiones que vinieron luego que se decidió el recorte de la jornada escolar. Ellas, en vez de racionalizar el contenido de los programas de estudio adecuándolos al tiempo disponible y a las posibilidades del docente de aplicarlos, hicieron lo contrario: crecientemente sobrecargaron los programas de estudio de una cantidad excesiva de contenidos, imposible de ser desarrollados durante el año escolar. La libertad que se deja a los docentes respecto de qué enseñar es muy amplia y conlleva el riesgo de que algunos docentes omitan los aprendizajes que demandan cierta complejidad de tratamiento y más bien se centren en lo que es más fácil de trasmitir.
De menos tiempos de aprendizaje solo se salvaron los estudiantes de familias que iban a colegios privados que no se plegaron al recorte de la jornada escolar.
Las consecuencias en términos de aprendizaje han sido nefastas. En América Latina menos del 50% de los estudiantes de familias pobre llega a terminar la secundaria; en cambio, la concluye casi el 80% de los estudiantes de familias de mayores ingresos.
¿Debemos volver a la jornada escolar completa? Chile lo intenta desde hace varios años y en el Perú hace tres o cuatro años. La situación cambió: el estado de la infraestructura de las escuelas se deterioró, el equipamiento escasea, las expectativas de aprendizaje para la sociedad actual y futura son diferentes a las del pasado. Además, se conoce más de los niveles de concentración de los estudiantes para la adquisición de los aprendizajes y qué horas son las más adecuadas para aprender. En síntesis, hay un cúmulo de aspectos a resolver que implican un costo considerable, cada vez más difícil de financiar.
Quizá el principal referente a tener en cuenta es que en la mayoría de países que intentan regresar a la jornada ampliada se ha comprobado que es una decisión que no influye significativamente en los resultados de aprendizaje.
En conclusión, la experiencia de estas últimas décadas sugiere empezar a organizar medidas para todo lo que se descuidó al momento de reducir la jornada escolar: calificar a los profesores para mejorar la calidad de la hora de clases y concordar con las familias acciones que permitan una continuidad de aprendizajes entre la escuela y el hogar. Por parte del Ministerio de Educación, los responsables del Currículo Nacional deben entender que no todo puede ser enseñado en la escuela, que hay que priorizar lo que se puede ofrecer al estudiante en función de la duración de la jornada y potencialidad del docente. Además, ser conscientes de que hay mucha educación sin escuela, así como que hay mucho aprendizaje sin educación.
Tomado de Educared.