Por Susana Helfer, directora del Programa de Gestión Escolar Prosep de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya
En un país tradicional como el nuestro, educar en valores calzó con la definición de educación escolar por mucho tiempo. Con la globalización, las competencias y la competitividad, educar en valores se consideró como valor agregado de algunas propuestas educativas, cada vez más escasas. Ahora aparece ocasionalmente de cara a temas controversiales, por ejemplo, ideología o enfoque de género. Lo cierto es que la escuela tiene hoy otras prioridades.
¿En qué momento la escuela se convirtió en una gran academia preuniversitaria? No es fácil saberlo, pero a pesar de que solo el 16% de los jóvenes que termina la secundaria consigue continuar estudios de educación superior, los estudiantes, sus padres, la sociedad y muchos maestros consideran una función primordial de la escuela preparar para el ingreso a la universidad. Aun con las políticas de cambio introducidas por el enfoque de capacidades o conocimiento aplicado, no se puede superar la tendencia a la acumulación de conocimientos, que es lo que miden muchos exámenes de admisión.
Sin duda, gran parte de lo que trae el currículo es importante y útil; sin embargo, una dimensión central de la educación escolar parece olvidada: la formación en valores para la ciudadanía. El énfasis resulta de suma importancia, ya que en un entorno donde prima el individualismo y la búsqueda de exclusividad, los valores universales, al parecer, se interpretan como circunscritos al ámbito de lo privado. Basta ver las contradicciones entre las cualidades que llevan a algunas personas a posiciones profesionales reconocidas y su conducta respecto de lo público.
El acento en ciudadanía tendría que colocar con claridad la esfera de lo colectivo, lo comunitario, el concepto de bien común y de lo público; así, la responsabilidad, solidaridad, verdad, respeto, justicia, equidad tendrían sentido inequívoco para el contexto social, sin lugar a tan variadas interpretaciones o justificaciones.
El desafío está en la enseñanza y aprendizaje en la práctica cotidiana; vivir realidades y no simulaciones de democracia y ciudadanía en la escuela, sentirse satisfecho por contribuir en la construcción de buena convivencia y bienestar para todos.
El momento es crucial. ¿Qué están haciendo las familias, las iglesias y la educación superior? Hay tarea para todos en la lucha contra la corrupción. Si de verdad queremos seguir aprendiendo con el dolor de nuestras realidades, podemos tomar este hito y construir otra lección tan importante como: Para Que no se Repita y Ni Una Menos.
Publicado en El Peruano, el 18 de diciembre de 2017.