Por Alicia del Águila
La huelga de docentes nos deja nuevamente esa sensación de vivir en una sociedad incapaz de acuerdos seguros, de largo plazo. Sólo el presente importa. Y como sólo el presente importa, lo que se discute es todo o nada. Todo o nada, varios dirigentes, con un maximalismo entendible a partir de décadas de devaluación de sus salarios y la convicción de quién sabe cuándo podrán volver a exigir otro aumento. Todo o nada, sobre el monto ofrecido (aumento de 2,000 soles), el gobierno y buena parte de la opinión pública limeña, pues entienden, con razón, que es un considerable esfuerzo al presente. Sin embargo, entre esas dos posiciones, queda en el aire una pregunta: ¿es ese aumento suficiente para llegar a una educación de calidad? Todos afirmarán que no. Y, sin embargo, no nos hacemos otra pregunta que cae por sí sola: ¿No debiéramos entonces conversar y negociar también para cuándo otorgar otros incrementos salariales –que en el presente no han sido posibles, pero que son indispensables para alcanzar una educación de (mediana) calidad-? A fin de cuentas, ¿no es este el objetivo?
Es cierto que dentro de lo ofrecido a los maestros figura el compromiso del Ministerio de Educación de presentar un “Informe técnico” al MEF, a fin de ver la manera de realizar aumentos graduales hasta alcanzar 1 IUT en el 2021. Ciertamente, da cuenta de la intensión de seguir la necesaria mejora. El problema es que no parece la respuesta política del Ejecutivo, sino de un ministerio. Una respuesta que, para llegar a resultados, requiere de toma de decisiones que ese sector no puede tomar. Así nomás, sin la expresión del compromiso de la cabeza del Ejecutivo de construir las condiciones para ese aumento (incrementando el presupuesto en educación, y probablemente de la presión tributaria), es decir, sin una decisión política, y sólo se deja al MEF la evaluación “técnica”, los maestros hacen bien en considerarla una promesa poco consistente. Nuevamente, esa dificultad por compromisos firmes a mediano plano. Lo que, probablemente, constituirá otra causa de tensión el próximo año
Sin la dimensión temporal del futuro no es posible pensar acuerdos de fondo en un país. La mayoría de asuntos no se pueden resolver en un (solo) presente. Así, en el caso de la educación, ¿no podríamos transparentar cuánto debiéramos aspirar que ganen (mínimo) los maestros para alcanzar nuestras metas de educación de calidad? ¿Para cuándo? ¿No debiera ser ese un acuerdo multipartidario? Y, al menos, en el actual gobierno, pensar en un “segundo tiempo”, digamos el Bicentenario (2021), para un nuevo aumento? ¿Qué mejor herramienta de desarrollo, en esa fecha conmemorativa, que contar con profesores estimulados (además de evaluados), mejorando la calidad de la enseñanza?
Como una estatua egipcia, chata, sin perspectiva, nos movemos siempre en el presente. Una mirada que es funcional a nuestra manera de hacer política: cada gobierno quiere prometer “lo suyo” (máximo 5 años); a nadie le gusta planificar (mala palabra).
Como señala Hugo Ñopo, si bien los salarios de los docentes se ha incrementado en los últimos años, estos venían de un deterioro: su salario era el 2010 un tercio de lo que ganaba 4 décadas atrás. Comentaba Ñopo que Perú tiene la segunda mayor brecha entre el salario de los docentes y el resto de profesionales en América Latina (EL Comercio, 22/02/16): 35% a 40% menos que otras carreras. Para Félix Jiménez, quien encuentra que los salarios del 2001-2011 equivalían a 36.9% de su valor registrado en 1987, el problema es el modelo económico[1].
Entonces, si queremos una educación de calidad, hagámonos la pregunta sencilla: ¿para cuándo podrán los docentes, alcanzar, por ejemplo, el nivel promedio de América Latina? ¿No podría ser esa una meta (nada maximalista) en mediano plazo, a conversar en el presente?
Una razón por la ausencia de ese tema es que, al menos quienes toman decisiones de políticas públicas, no desean ese cambio con suficiente “intensidad”. Un amigo recordaba en redes su experiencia escolar en un colegio público, sus carencias cotidianas, experiencia que no ha sido la vivencia de altos funcionarios y políticos. Igual que el transporte público o la salud. Peor resultaba hasta hace algunos años el tema de la seguridad nacional y el servicio militar.
Este país tan desigual, en derechos y oportunidades, no permite pensar en acuerdos más sustantivos, de largo plazo. No es “atractiva” cuando la mejor salida no es la colectiva, la común.
Otro elemento es la desconfianza. Mientras el país no tenga un Estado con enforcement, la cosa no marcha: cada cual hará lo que mejor le convenga, incluso si eso significa pasar “un poco” fuera de la ley y perjudicar al otro. Y no tendrá enforcement mientras predomine una visión “mínima” de Estado.
Volviendo a la huelga magisterial presente y más allá de ella. Creo que la oferta salarial es adecuada en el presente, siempre que tengamos una mirada de futuro a este problema. Porque, sabemos, no es suficiente.
[1] Jimenez, Félix, Veinticinco años de modernización neocolonial. Crítica de las políticas neoliberales en el Perú. Lima, IEP, 2017.
Publicado el 30 de agosto de 2017. Noticias SER.
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