Por Christian Alarta*
Hace algunos años, cuando se implementaba la Ley de la Carrera Pública Magisterial, la discusión se dio alrededor del tema de la evaluación. Una situación parecida surge con el actual movimiento magisterial al no haber recibido una respuesta conforme a la exigencia de eliminar el proceso de evaluación con despido. Ante eso es necesario hacer un cambio en la cultura de la evaluación en la idiosincracia del peruano.
Aquellos que estamos dentro del ámbito pedagógico sabemos que la evaluación tiene como fin elevar la calidad del aprendizaje y el rendimiento del estudiante. La evaluación no busca estigmatizar, etiquetar, frustrar y expulsar , esto sería ir en contra de la ética del pedagogo. Un educador tiene la convicción de ayudar a que el estudiante tenga un alto nivel en sus potencialidades y una autonomía en sus decisiones en torno a su propia mejora. El fin último de todo proceso de evaluación es la plenitud del ser humano.
¿Pero a qué juega el ministerio? No puede ser casualidad que una institución que dirige la educación de un país no tenga claro el para qué de la evaluación. O podríamos estar hablando de que los que trabajan en el ministerio no están aptos para trabajar ahí o la intención es puramente el despido dedocentes, como una práctica autoritaria de limpieza. Tenemos claro que los profesores son el chivo expiatorio de la sociedad peruana, “todo es culpa de los docentes”; que mejor manera de preocuparse por ellos, para elevar la calidad educativa, que coaccionando y amenzando con quitarles la estabilidad laboral. Dijimos antes que la evaluación tiene el fin de la plenitud en el desarrollo de habilidades, y ese fin no lo vemos en el ministerio.
Aprovechando la concepción de evaluación que tiene el peruano de a pie, la cual es punitiva y coaccionadora, la políticas educativas en este país no han tenido mejor idea que vender la imagen de que los docentes serán evaluados (castigados). Y así todos felices, se cree que la educación está mejorando. Cuando lo que se necesita son docentes plenos y con una alta potencialidad que sólo le podrá otorgar una buena capacitación (aspecto que debería tener en realidad todo el énfasis que se le otorga a la evaluación) y no la inseguridad ante la posible pérdida de su trabajo. Aunque con esta lucha magisterial los docentes han obtenido que se les capacite antes de ser evaluados.
La cultura evaluativa del país está de cabeza y necesitamos mejorar ese aspecto también en la práctica. La evaluación es constante y lo más óptimo es tener un actuar autoevaluativo, donde cada uno es consciente de lo que tiene que ir mejorando y potenciando. Ahora es la oportunidad de cambiar todo esto, tanto entre los docentes, instituciones y el país en general.
*Docente y periodista arequipeño
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