Por Hugo Ñopo y Luciana de la Flor
Si un punto favorable puede rescatarse de la dilatada huelga de maestros es la renovada atención en la educación; en especial, en la situación docente. Hay un oportuno interés por comprender al magisterio, sus reclamos y la necesidad de las evaluaciones. En posts anteriores, nos hemos referido al cuerpo docente actual en América Latina; esta vez nos concentraremos en los docentes peruanos del futuro. Ellos serán quienes, mayoritariamente, se enfrentarán a las evaluaciones, que hoy son motivo de discrepancias.
En medio de esta coyuntura nacional, hace pocos días argumentamos que la profesión docente ha sido dejada al abandono por algún tiempo. Muestra adicional de ello es que entre los profesionales del país — contadores, abogados, médicos y otros—, el 55% tiene 35 años de edad o menos. Sin embargo, entre los docentes de escuelas públicas, este porcentaje solo llega al 11.6%. Es decir, hemos tenido escaso recambio generacional en la educación pública.
Esta limitada renovación también se refleja en un 20% de docentes de escuelas públicas con una edad de 55 años o más. Uno de los acuerdos previos de la semana pasada indica que los profesores dentro de este rango de edad podrán acogerse a un programa de incentivos para la jubilación anticipada. Estos incentivos podrían alcanzar a varias decenas de miles de profesores. Con una jubilación de esas proporciones, es posible lograr cierto recambio generacional.
De ser el caso, vale la pena preguntarse por los profesores jóvenes que eventualmente ingresarán al magisterio. Para responder esto, analicemos la Encuesta Nacional de Egresados Universitarios y Universidades del 2014 (ENEUU 2014) y el Censo Nacional de Universitarios del 2010 (CENAUN 2010). Un detalle interesante es que la encuesta del 2014 sigue a una muestra de jóvenes entrevistados en el censo del 2010. Es decir, se trata de los mismos jóvenes entrevistados en dos momentos diferentes. Ello permite mirar de manera retrospectiva cómo les fue a estos jóvenes en sus años universitarios y en su inserción laboral temprana.
Aquí algunas características adicionales (ver el Gráfico 1, que usa una muestra del censo correspondiente a la misma muestra de la encuesta que se utilizará más adelante en este post). Los alumnos de la carrera docente son menos propensos a ingresar a la universidad en su primer intento. A esto hay que agregar que el ingreso a las facultades de pedagogía se consigue con los menores puntajes en los exámenes de admisión. Además, los alumnos que ingresan a estudiar pedagogía son mayores que los de otras carreras: solo el 56% tiene 18 años o menos al ingresar a la universidad; mientras que el 77% de los alumnos que ingresan a la carrera de medicina, por ejemplo, tiene esa edad. Una razón de esto se da, en gran medida, porque los estudiantes de pedagogía optan por esta carrera después de previamente intentar —infructuosamente— ingresar a otras carreras. Ello da cuenta de una pobre preparación de los estudiantes de pedagogía hacia la vida universitaria.
Adicionalmente, los estudiantes de la carrera docente se dedican a estudiar a tiempo completo en menor proporción que los estudiantes de otras carreras. Combinemos este dato con dos hallazgos previos reportados por Diaz y Ñopo (2016). Uno de cada seis estudiantes de pedagogía está casado y dos de cada tres viven con sus padres —en contraste, uno de cada diez estudiantes de otras carreras está casado y tres de cada cuatro viven con sus padres—. Durante su etapa universitaria, los estudiantes de pedagogía enfrentan condiciones menos propicias para el aprendizaje que sus pares de otras carreras.
Luego de analizar el paso de los futuros docentes por la universidad, nos preguntamos por su desempeño temprano en el mercado laboral (ver Gráfico 2, que usa la muestra completa de la encuesta). Los egresados de pedagogía no tienen problemas para conseguir trabajo. Parecen ser igual de empleables que los ingenieros, administradores, médicos y abogados. Tampoco parece ser un problema conseguir un trabajo relacionado con su profesión — el 82% de los egresados de pedagogía trabajan en puestos relacionados a la educación—. Lo que sí resulta un problema evidente es la jornada de trabajo que consiguen: solo el 50% trabaja a tiempo completo, mientras que en otras profesiones tales porcentajes son mucho mayores.
Otro gran problema que ha cobrado central importancia en los últimos meses es el salario. Los docentes perciben menores salarios que cualquier otro egresado universitario. En el índice que mostramos en el Gráfico 2 asignamos el valor de 1 al salario más alto entre los egresados universitarios. La literatura señala que el primer empleo es un buen predictor de la calidad de empleos que se tendrán en el futuro. Si esta es la situación actual de los jóvenes recién egresados, el futuro salarial de los docentes no luce muy prometedor. Ahora bien, se podría argumentar que el menor salario se debe al menor número de horas trabajadas. Para controlar el resultado por esta diferencia, mostramos también los salarios por hora. El hallazgo se mantiene: los docentes son quienes consiguen menores ingresos laborales.
Por otro lado, un problema que no puede ignorarse es el del subempleo. En este caso, nos concentramos en la definición de subempleo según capacidades. La proporción de profesionales que tiene un empleo acorde con su nivel académico es menor para la carrera docente: solo el 54% de ellos tiene un empleo de este tipo, mientras que el 70% de los médicos y el 81% de los abogados trabajan en un empleo acorde con sus capacidades. Esta baja concordancia entre las habilidades obtenidas en la universidad y el empleo conseguido puede generar alta frustración entre los docentes. Si esto se mantiene, es probable que nos enfrentemos a huelgas similares a las actuales en el futuro.
Hemos resaltado antes cuán importante es un buen docente para el futuro de sus estudiantes. Un buen profesor es capaz de cambiar vidas. Así, es importante atraer y preservar talento en la profesión docente. Con las condiciones actuales, esto parece difícil. Urge mejorar las condiciones; urge levantar los estándares de la profesión.
A la luz de lo que revelan los datos, los docentes del futuro cercano probablemente repliquen las carencias de sus colegas de generaciones anteriores. Por ello, resulta importante mejorar sus habilidades y, para esto, es fundamental tener mediciones. Solo así se podrán identificar a los profesores efectivos, promoverlos y acompañar a los que aún necesitan mejorar. Pero además, aquellos que tras varias evaluaciones y acompañamientos no consiguen mejorar sus prácticas docentes, harían bien en dejar su plaza para alguien que pueda hacer mejor la tarea en el aula. En nuestro sistema educativo deben permanecer solo los mejores. El derecho a la buena educación de los niños, niñas y jóvenes debe prevalecer sobre el derecho al trabajo de los docentes.
Publicado en foroeconómico.org el 28 de agosto de 2017.