Por Ángel María Manrique Linares
En 1633 el Santo Oficio (tribunal religioso de la época) condenaba a Galileo Galilei a abjurar su posición sobre el “modelo heliocéntrico” y le exigía pronunciar de rodillas que la “tierra es el centro del universo”.
Casi 400 años más tarde, nos encontramos ante un nuevo tribunal, creado ahora por un Estado laico, quien debe resolver una demanda presentada por un grupo de padres de familia, que se irroga una írrita representación, y que cuestiona el currículo nacional en el cual se incluye, entre otros aspectos, el enfoque de género que busca promover la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. ¿Cómo entender entonces que un grupo de personas considere que el currículo busque la “homosexualización” (SIC) de los estudiantes del Perú y que por tanto debiera derogarse?
Independientemente de todas las interpretaciones legales y mesiánicas sobre el tema, creo que el presente caso evidencia también una confrontación entre paradigmas educativos. Toda persona tiene en su mente y memoria el proceso educativo vivido en su etapa escolar. Recuerda, en líneas generales, cómo aprendió algunas cosas y considera – en algunos casos – que ese fue el mejor, o peor, método. Por ello, es común escuchar a personas que la mejor educación era la de tiempos remotos. Frases como “con un par de correazos y se solucionaba el problema” recogen la idea sobre el concepto, que cada uno tiene, sobre la educación.
Muchos creen que es la violencia el mejor método, o en algunos casos, se considera que basta seguir procesos repetitivos para aprender algo. En la práctica, nuestro comportamiento exterioriza, en la mayoría de los casos, la forma en que aprendimos. El tema se complica además cuando, sin tener un proceso reflexivo, consideramos que nuestros hijos deben aprender de la misma forma en que nosotros, como padres, aprendimos.
Los tiempos han cambiado, ya no se busca, dentro de los nuevos paradigmas educativos, que los estudiantes reproduzcan conceptos o datos históricos, dado que la información – gracias a la tecnología – se encuentra más fácilmente. Lo que se busca es lograr que la persona tenga procesos reflexivos críticos ante la información que obtenga, sobre la base de valores ciudadanos. En términos pedagógicos, se busca que el estudiante desarrolle competencias.
Sin embargo, esta nueva forma de entender la educación, genera, por cierto, mucha preocupación, principalmente en los sectores donde la violencia, a través de la culpa o la agresión; y la repetición sin reflexión, son las principales estrategias educativas.
El comportamiento procesal del Tribunal a cargo de este caso es muy preocupante. Cuando se esperaba un actuar diligente, recogiendo y consultando las opiniones de los especialistas en el tema a nivel personal e institucional, el órgano colegiado ha integrado al proceso al mismo “Cardenal Belarmino”, en su versión moderna, denominada Asociación Antonin Scalia.
Finalmente, este tribunal tendrá que resolver si el enfoque de género atenta o no contra la persona en un marco constitucional. Esperemos que los magistrados de dicho órganos jurisdiccional no exijan a todos los peruanos pronunciar de rodillas que la “tierra es el centro del universo” en pleno siglo XXI.
Publicado en La Republica, 13 de julio de 2017.