Hace una semana se publicaron la lista de gobernadores regionales que tienen vínculos con la corrupción, algunos sentenciados y otros procesados e investigados. Con ello, han vuelto aparecer diversas opiniones sobre la descentralización, donde concluyen que esta ha fracasado en hacer un Estado más eficiente y donde ha primado el descontrol. Otros resaltan las debilidades que se han hecho evidentes durante la emergencia o que de plano ha fracasado para los objetivos con los que fue concebido.
Las conclusiones son lapidarias, el proceso descentralizador ha fracasado y ha profundizado la corrupción, por ende se tiende a la re-centralización. Aquí es aleccionador una frase de Thomás Alva Edison: “Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a demostrar algo”. Y lo que nos demuestra es que los argumentos que buscan desmontar la descentralización no son sólidos y están desencaminadas.
Por un lado, cómo aseverar que se ha fracasado cuando este proceso aún está inconcluso y no se ha realizado de forma integral, por ejemplo, ni se hicieron efectivos la conformación de las regiones, ni se ejecutó la descentralización fiscal y, por otro lado, la ‘consolidación’ de la corrupción no se debe a la descentralización, sino a la debilidad institucional y la crisis de la representatividad política; además no se puede pedir al proceso descentralizador solucionar todos los problemas del país.
Si bien es cierto, nadie puede estar en desacuerdo que se deben realizar cambios cuando algo no funciona, tampoco se debe promover cambios permanentes, menos cuando las decisiones políticas se basan en las coyunturas de cada quinquenio de gobierno y no se aborda como políticas de estado, lo que implica que estas sean sostenidas y de largo aliento.
Tampoco se puede sostener que la descentralización ha sido un éxito, pero si se pretende democratizar el país y sus instituciones, se debe apostar en revertir la actuación de las políticas donde se suele empezar de “cero”, abandonando lo avanzado, en vez de corregir las debilidades, imponiéndose prácticas confrontacionales, la cual debilita las políticas y perjudica al ciudadano.
Y precisamente también se debe añadir un elemento adicional que muchas veces no se toma en cuenta. Si el espíritu de la descentralización es el acercamiento del Estado con el ciudadano en sus respectivos territorios ¿cuál es rol que debiera jugar el ciudadano en el proceso de descentralización? Su rol es de involucrarse en la agenda pública, participar y ser vigilante del accionar del Estado.
Esta acción colectiva de los ciudadanos puedan darle sostenibilidad y legitimidad y no sólo se quede la apuesta descentralizadora en lo normativo administrativo y político, y romper con lo señalado por el escritor francés Paul Válery: “la política es el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que le atañe”; y para ello urge respuestas de ciudadanos que estén dispuestos a construir desde sus territorios un mejor país.
Fuente: Ciudadanos.pe