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La crisis y la emergencia nos ha tocado de manera particular en estas semanas. Pensábamos que era una temporada regular, con lluvias en la sierra y verano en la costa. El verano pasado se anunciaba un fenómeno de El Niño tan potente como en 1998, pero al final solo fueron algunas lluvias fuertes en Piura y Tumbes y los estragos no fueron los esperados. Pero este año, sin avisos claros, nos vino un Niño chúcaro, un Niño costero, sin los avisos del año anterior. Los preparativos, insuficientes, han hecho que más de 600 mil personas sean afectadas hasta la fecha, más de 200 mil de ellas niñas, niños y adolescentes.
¿Qué hacer, cómo abordar esto con los niños y adolescentes? Roberto Lerner, en su columna regular, “Espacio de crianza”, nos da algunas pistas: hablar de lo que está pasando (“poner palabras”), darles tareas a los niños, mostrarles con ejemplo la solidaridad. Tratarlo en la casa y en la escuela.
Ciertamente, es distinto abordar el tema con niñas y niños que han vivido directamente los problemas de las inundaciones y la pérdida de bienes, e incluso la vida de familiares y mascotas, que con aquellos que no han sufrido directamente los embates de los desastres.
En el primero de los casos, hay metodologías de soporte psico-social que ya han sido validadas en el mundo entero y que suponen acompañar al niño o niña a procesar el duelo, la pérdida de personas, cosas, incluso de sus juguetes y bienes preciados. Esto es tan importante como el abrigo, la ropa, la protección de la salud y la provisión de agua, alimento y techo. Hay especialistas de los Ministerios de Salud y de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, así como de organizaciones especialistas en emergencias (UNICEF, Save the Children, Cáritas) que ya lo están haciendo. Muchas de estas metodologías se basan en el juego, como una manera de enfrentar el estrés, verbalizar temores y angustias, e ir “normalizando” la vida cotidiana, para poder seguir adelante. Todo esto debe hacerse desde un enfoque de derechos, que trata a los niños y sus familias no como víctimas, sino como sujetos y actores de su propia situación, y que reconoce, además, en niñas, niños y adolescentes, el tremendo poder de la resiliencia, esa capacidad de salir adelante que tenemos todas las personas, en especial ellos.
Lo que nos toca a padres o madres, o adultos a cargo de los niños, es acompañar y aprovechar esta situación para desarrollar ciertas actitudes y aprendizajes importantes para la vida. Como decía Lerner, lo primero es conversar, dejar que ellos expresen lo que piensan y sienten, explicando los hechos y aclarando dudas. La vida de muchos ha sido afectada directamente (falta de agua, suspensión de las clases escolares) así que no es razonable pasar por alto lo que está pasando, o simplemente callarse.
Creo que es una ocasión insustituible para, con los niños mayores y adolescentes, poder conversar sobre algunos temas de fondo: las brechas y desigualdades que hacen que algunos peruanos sufran más que otros. No es casualidad que sean peruanos pobres los que sufran mayormente la pérdida de sus casas y sus bienes. No es casualidad que sean ellos los que construyen (o les dejan construir) en laderas de cerros y quebradas inundables. Igualmente, ayudar a entender que Lima no es el Perú; que los que vivimos en Lima no podemos ni debemos comenzar a hacer y actuar sólo cuando los problemas llegan a la puerta de nuestra casa. El Niño costero no comenzó en marzo; desde enero ya lo han sufrido los ciudadanos de Piura y Tumbes. Conversar sobre ellos puede ser muy importante.
El otro asunto es la solidaridad. Muchas cosas que hemos visto estos días pueden ser objeto para conversar y reflexionar con los hijos e hijas: la actitud de “sálvense quien pueda” de todos aquellos comprando agua y alimentos en supermercados, más allá de las necesidades razonables; la conducta execrable de quienes han lucrado, acaparando y luego vendiendo agua embotellada a precios exorbitantes; la actitud displicente y poco comprometida de algunas autoridades. Pero también lo contrario, las miles de acciones de solidaridad de tantas personas, compartiendo lo mucho o poco que tenían, como la de campesinos de Anta que donaron parte de los productos para los damnificados del norte, o la acción decidida de muchas autoridades.
Sin embargo, la solidaridad no se enseña hablando. Como dice Lerner, muchos padres han llevado a sus hijos a las actividades de solidaridad, o a entregar donaciones. No se trata de dar lo que sobra (de hecho, bastantes donativos que han llegado a centros de acopio han sido, simplemente, basura); se trata de compartir lo que tenemos y necesitamos. Pero muchos padres han aprovechado para enseñar el tema del cuidado del agua, de aprender a reducir al mínimo razonable el consumo, a hacer esos cambios de prácticas que se requieren en una ciudad como Lima, en medio del desierto y en procesos de transformación por el cambio climático.
En resumen, hay que aprovechar esto que estamos viviendo para aprender junto con los niños y niñas. Muchos recordarán lo que pasó en estas semanas difíciles. Que no sea simplemente una anécdota. Que podamos aprovecharlas realmente, pues la realidad entró a nuestras vidas como el lodo a las casas de muchos. Y debemos sacar lecciones para el futuro.